Mi Ángel de la Guarda - Capitulo III
La vida en el
orfanato no era tan mala, por lo menos era mejor opción que las calles o la
casa de mis padres, allí por lo menos tenía asegurado un techo, las tres
comidas y una cálida cama en la cual descansar, no podía pedir más, en mi corta
vida ya había aprendido a apreciar lo poco que me era dado, por lo que me
sentía agradecida de que me aceptaran allí, aunque en los primeros días no me
había resultado fácil adaptarme.
Me la pasaba
llorando, todo el tiempo, llamando a mi ángel, me hacía falta, lo extrañaba aun
cuando sabía que no volvería. Cuando llovía y los truenos eran ensordecedores,
me asustaba, lo llamaba con más fuerzas pero él no aparecía, me dolía pero poco
a poco me fui acostumbrando a que ya no estaba. Cada vez que sentía miedo solo
me acurrucaba en el centro de la cama, cubriéndome hasta la cabeza y aferrando
a mi peluche de lobo, solo así lograba calmarme un poco hasta quedar dormida.
Esos fueron mis
primeros días allí, no salía mucho del cuarto, no jugaba con nadie y aunque las
monjas al principio intentaron hacerme convivir con los demás, hacer que me
integrara al grupo y compartiera, yo era muy terca y nunca les hacía caso hasta
que a la final desistieron y ya no volvieron a intentarlo, con los niños paso
algo similar, todos se me acercaban, todos querían jugar conmigo y conocerme,
pero yo no quería, yo solo quería irme, quería que mi ángel fuera por mi
nuevamente, pero eso no ocurriría, eso era un hecho y a la final los niños
también se aburrieron y se alejaron, me quede sola, pero yo siempre había
estado sola por lo que eso no me afecto.
La primera vas que me
adoptaron, estaba aterrada, esa pareja no era mala, eran muy buenas personas,
eran perfectos, siempre estaban al pendiente de mí, me regalaron muchos
juguetes, tenía una habitación enorme solo para ellos y una justo al lado para
mi, tenía mucha ropa, más de la que pudiera haber llegado a imaginar, una gran
cama doble y muchos peluches decorándola, todo era rosa y blanco y parecía de
princesa.
La pareja había
decidido adoptar a una niña de entre 4 a 6 años, que ya hubiera empezado el
jardín de niños porque ambos trabajaban y no querían descuidar a un bebe, yo
aun no había empezado a estudiar pero ellos se estaban encargando de
inscribirme en una escuela, la mujer estaba conmigo casi todo el día. Cocinaba
para mi, preparaba galletas y hasta hacia pasteles, casi todos los días me sorprendía
con un postre nuevo e intentaba hacer que yo la ayudase, el hombre casi siempre
estaba ocupado en la mañana, pero cuando llegaba por las tardes me cargaba y
daba un gran beso en la frente, saludándome con tanto cariño que empalagaba,
siempre me llevaba algo, una golosina, un juguete, algo de ropa que hubiera
visto por allí, siempre era muy atento.
Después de comer ambos
se sentaban conmigo en el sofá y veíamos alguna caricatura o película animada,
luego jugábamos un rato y después la mujer iba a preparar la cena mientras el
señor y yo continuábamos mirando la tv, no voy a negar que una vez me
acostumbre a ellos no me divertía, era una sensación extraña el tener una
familia así pero me estaba gustando, aunque me costó adaptarme lo hice, me
gustaba esa pareja y creía que me quedaría con ellos siempre…
Hasta que volví al
orfanato, no comprendía que había pasado, era un domingo por la tarde, llovía y
estábamos corriendo para llegar al auto, luego de allí no recuerdo mucho, solo
que al despertar ya estaba otra vez en el orfanato.
No le tenía cariño a
la pareja, no los veía como a mis padres y mucho menos como a mi ángel, pero si
los apreciaba, si me estaba acostumbrando a ellos y si me dolió cuando me
devolvieron al orfanato después de tan solo un mes, pero no llore, no pude
hacerlo, no por ellos.
Después de volver, empecé
la escuela, me gustaba, podía concentrarme en otras cosas, no jugaba con nadie
ni me molestaban. Aprendía con más rapidez que los demás niños y lo primero que
aprendí, fue a leer, si dibujaba, también jugaba sola pero lo que más me
gustaba era leer, leía todos los cuentos que encontraba y todo lo que podía y cuando
empecé a escribir, me obsesioné con mejorar cada vez más mi letra, ya para
tercer grado mi escritura era tan buena como la de los niños de ultimo grado al
igual que mi lectura.
Tenía 5 años cuando
la segunda pareja me adopto, ellos eran diferentes a la primera, no eran tan
unidos ni felices, se la pasaban discutiendo por todo, la mujer siempre lloraba
y el hombre todo el tiempo estaba de mal humor, no lograba acostumbrarme a
ellos, era difícil con el humor que siempre tenían por lo que viví asustada el
tiempo que estuve con ellos, me hacían recordar a mis padres por lo que empecé
a esconderme en uno de los muebles de la cocina, tal y como hacía en esa casa,
asustada y llorando.
Cuando ellos me
devolvieron al orfanato, me sentí aliviada, ya no los vería más, al volver,
descubrí que habían nuevos cuentos en la biblioteca de la escuela por lo que no
me costó mucho volver a encerrarme en mi mundo, leí muchas veces cada cuento
que allí había: la cenicienta, Blanca Nieves, caperucita roja, los tres
cerditos y todos esos cuentos pero mi favorito era, el principito, era un
cuento divertido, y de aventuras aunque el protagonista también pasaba la mayor
parte del tiempo solo, me encantaba. En clase siempre estaba concentrada en
todo lo que la maestra decía e intentaba copiarlo todo con la mayor rapidez que
podía pero nunca lo conseguía.
Cuando me adoptaron
por tercera vez, ya estaba más adaptada, dos adopciones en un año me habían
enseñado, además de que ya era un año en ese lugar, ya estaba resignada a que
mi ángel no volvería y también a lo que ocurriría con cada pareja que me
adoptara, me llevaban con ellos, me trataban bien aunque ya tenían dos hijos,
niños, gemelos, y aunque eran mayores que yo también me trataban bien. Eran una
familia normal, amable y cariñosa aunque también tenían sus diferencias y
discusiones, con ellos tampoco logre superar el mes.
De vuelta una vez más
al orfanato retome mis estudios, no era nada de extrañar, continúe siendo igual
de aislada y centrándome solo en lo que aprendía. Con el resto de las parejas
que buscaban adoptarme fue igual, no lograba superar el mes con ninguna sin
importar que tan bien me trataran o yo me portara, siempre, después de un mes, volvía
al orfanato sin faltas y se llevaban a otra niña o niño incluso hasta mayores
que yo, eso no me molestaba, siempre estaba distraída con otras cosas, así fue
durante los años siguientes, hasta que simplemente dejaron incluso de mirarme,
ya era demasiado grande para ser adoptada y al notarlo las monjas dejaron de
intentarlo, se resignaron a que nunca se desharían de mi.
Fui feliz por primera
vez a los 10 años, cuando descubrí la biblioteca del convento, hable con las
monjas y después de rogarles un tiempo me permitieron el paso, ya estaba
cansada de tantos cuentos de hadas e historias fantasiosas, quería algo más,
algo nuevo y allí lo encontré, empecé a pasar la mayor parte de los días allí,
descubriendo un amor casi irracional por la lectura, con los libros aprendí a
sentir emociones y sentimientos que no conocía y disfrutaba con los personajes
de dichos sentimientos.
En una de mis tantas
lecturas conocí un autor que me enamoro, su nombre era Gabriel Díaz, era tan realista
y vivido al describir las emociones y
sentimientos: la soledad, el sufrimiento ante el ser abandonado, todos ellos
que sentí como si conociera a la perfección lo mismo que yo vivía, así pasaba
mis días, las monjas no se molestaban porque en realidad ni se notaba si estaba
o no allí así que me ignoraban como yo a ellas, adentrándome en el mundo de los
libros.
Por los libros de
Gabriel empecé a trabajar, en la biblioteca solo habían cuatro libros de su autoría
y según había investigado tenia publicado más o menos treinta, esos eran los más
nombrados, en realidad no se sabía exactamente cuántos eran pero yo los quería
todos y quería que fueran míos, así fue como empecé a escaparme, a buscar un
trabajo, a querer ganar mi propio dinero, mi primer empleo fue en un pequeño
mercado cerca del orfanato, embolsando las compras y ayudando a las personas a
llevarlas hasta sus autos, no era un trabajo muy pesado y casi siempre me daban
propinas, algunas eran buenas otras no tanto y a la final logre reunir para
comprarme mi primer libro casi al año de empezar a trabajar.
No me importaba haber
gastado todo mi dinero en eso, estaba feliz de poder tener al fin algo mío,
algo propio, después de que mi ángel me dejara en el orfanato lo único que me
había quedado y que realimente me pertenecía porque había peleado con él con
uñas y dientes, fue el pequeño lobo de peluche que me había regalado y que
siempre me acompaño hasta que empecé a escaparme, entonces solo paso a decorar
mi cama pero nadie se metía con él ni se atrevía a quitármelo porque aun a
pesar de ser la más tranquila de todos, casi un fantasma, cuando se metían con él
me molestaba y daba miedo.
Guarde el libro bajo
la almohada, tenía la firme idea de que Gray lo cuidaría mientras yo no estaba.
No pude continuar con el trabajo en el mercado por algunos problemas que se me
presentaron allí pero tampoco me costó mucho encontrar otro trabajo, con lo
poco que me quedo después de comprar el libro compre un haragán para limpiar parabrisas
en los semáforos, en eso dure un tiempo y mientras trabaje en la calle aprendí
de inversiones o algo así por lo que guardaba lo que hacía hasta que logre
juntar para comprar una bolsa de caramelos que aprovechaba a vender también en
la parada de los semáforos cuando lo de limpiar parabrisas no me iba muy bien.
Las monjas nunca
notaban mis ausencias, se habían acostumbrado tanto a que prácticamente no
existía sino era dentro de la biblioteca, a la que muy poco ellas entraban, que
no se percataban de que en realidad no estaba, además yo no era tonta y siempre
volvía puntual a la hora de la cena, me bañaba, cambiaba y nunca fallaba,
trabajaba en las tardes porque las mañanas siempre estaba en clase a las cuales
no me gustaba faltar ni cuando estaba enferma, después de la lectura la escuela
era lo que más me gustaba, las tardes las teníamos libres y allí era cuando yo
aprovechaba a escaparme.
Con el dinero que me
dieron como ganancia mis dos trabajos logre comprarme otro libro, estaba feliz,
ese me había costado menos tiempo en conseguirlo aunque si un poco más de
trabajo, el otro ya lo había leído unas seis veces en el tiempo que tarde pero
me encantaba y estaba feliz, lo leí esa misma noche aun a pesar del cansancio y
también la noche siguiente, paso a ocupar un lugar junto al otro libro bajo mi
almohada y siendo custodiados por Gray, lo mismo ocurrió con el tercer libro y
con el cuarto también hasta que ya no los pude ocultar más bajo la almohada y
tuve que conseguir un conservador de plástico para poder guardarlos bajo mi
cama sin que se dañaran y nadie los notara.
A cierta edad, no
recuerdo muy bien cual, note algunas dificultades para ver, no distinguía bien
los colores, me costaba ver bien porque la visión se me tornaba borrosa y a veces
el forzar tanto la vista me daba dolor de cabeza, pero esos síntomas no duraban
mucho así que los dejaba pasar. Cuando tenía más o menos los catorce años la
visión borrosa se hizo más duradera, pero debido a mi mala costumbre de no
quejarme ni decir nada, no lo hable con nadie ni me quejaba, hasta que un día
la vista se me nublo por completo y caí por las escaleras, tuvieron que
llevarme al hospital y allí atenderme de emergencia, no me había pasado nada
muy grave, solo me fracture el brazo izquierdo y me pusieron un lindo yeso,
cuando paso el susto y el dolor se fue, todo el mundo me pregunto qué había
pasado con exactitud, las monjas preguntaban si alguien me había empujado o
algo pero yo no dije nada, sin saber que era lo que tenia.
La segunda vez que me
llevaron al hospital fue porque ese día habíamos salido de excursión con las
monjas y perdí la visión de momento mientras cruzaba la calle, estaba
desorientada por lo que me detuve y casi me arrolla un auto, cuando las monjas
me preguntaron lo que ocurría, notaron mi desorientación y por ello me llevaron
nuevamente al hospital, al llegar mi vista ya estaba normal pero cuando los
doctores empezaron nuevamente con su interrogatorio no lo soporte más y le conté
al doctor todo acerca de la visión borrosa, el no poder distinguir bien los
colores y todos esos síntomas que me habían estado dando desde hacía un tiempo pero
que notaba más intensos en ese momento, el me hizo unos exámenes y luego de
allí me refirieron a un oftalmólogo para que me diera un resultado más exacto, luego
de un par de exámenes más, los resultados salieron una semana después.
El resultado del
diagnostico fue una Neuropatía Óptica Hereditaria de Leber (NOHL) que consiste
en una degeneración progresiva del nervio óptico, eso significaba que iría
quedando ciega progresivamente, la enfermedad no tenía ningún tipo de
tratamiento por lo que era imposible evitar que me quedara ciega. Ese día al
llegar al orfanato, llore, llore como hacía tiempo no lloraba, estaba
destrozada, si quedaba ciega perdería mi único refugio, si no leía si estaría
completamente sola, terminaría volviéndome loca, pregunte e insistí por una
cura o al menos un tratamiento pero el doctor me afirmo que no había ninguna,
llore aun más ¿Cómo podía estar pasándome eso a mí? Una vez calmada después de
tanto llorar, rebusque entre mis libros y leí, leí todo lo que pude sin
importarme si ya me sabia los párrafos de memoria o no, si no podría volver a
leer entonces me los grabaría de memoria y los recitaría día tras día.
Mi depresión se
extendió por días, semanas y hasta meses hasta que me resigne a mi destino,
como ya era mi costumbre y volví a mi trabajo, ciega o no, igual necesitaba el
dinero, quería todos los libros de Gabriel Díaz sin importar si podía o no
volver a leerlos, solo los quería y ya, también quería ahorrar algo de dinero,
no quería depender eternamente de las monjas o de la caridad de las personas,
aun quería estudiar y sacar una carrera, seguir los pasos de Gabriel y ser
escritora, ese era mi gran sueño, pero no estaba segura de poder cumplirlo si perdía
por completo la vista ¿Cómo escribiría? Aun cuando no estaba segura de poder
lograrlo me esforzaría por hacerlo.
Empecé a trabajar con
más empeño, tenía que recuperar el tiempo perdido y también me esforzaba el
doble en los estudios, las notas siempre iban bien pero el trabajo era el que
presentaba altibajos, ya había conseguido casi la mitad de los libros de
Gabriel y los mantenía ocultos en la biblioteca, en una de las estanterías más
alejadas de la entrada por prevención. Mi enfermedad progresaba lentamente pero
nunca se detenía, con el paso de los meses empecé a notar que la visión borrosa
se intensificaba un poco más, ya no distinguía ciertas cosas de lejos, para mi
suerte, buena o mala, mi enfermedad no era mortal y solo afectaba a mi visión,
cuando ya casi no podía leer bien a causa de la visión borrosa empecé a usar
lentes de lectura, eran esporádicos, solo los usaba en clase o cuando leía, al
notar esa progresión en la enfermedad, me esforcé más por estudiar y trabajar
para ahorrar, cuando empecé a usar los lentes permanentes, mi decepción
aumento.
No podía ver bien sin
ellos, ya por suerte estaba terminando el penúltimo año del instituto y solo me
faltaría un año para ir a la universidad, ya estaba planeando cuales eran las carreras
que iba a solicitar y que haría después de que me dieran la beca, el solo pensar
en eso me animaba, intentaba verle el
lado positivo pero seguía sin poder conseguirlo aunque aun podía leer cada día
me resultaba más difícil, aun podía trabajar y quería seguir ahorrando para un
futuro incierto, pero cada vez me era más difícil ser optimista.
Un tiempo después empecé a usar lentes permanentes y deje de trabajar
en las calles, las monjas se habían resignado a que ya no saldría de allí por
lo que accedieron a darme un trabajo como asistente de cocina y una habitación
aparte para mi sola, no era una monja pero ya me trataban como tal, imagino que
pensaban que me quedaría allí pero, sin ánimos de ser mal agradecida, yo tenía
otros planes, todo lo que ganaba lo ahorraba, de vez en cuando compraba algún
que otro libro de Gabriel que me encontraba.
Cuando tenía 16 ya
estaba resignada a que en un futuro no muy lejano no vería más, y me preocupaba
el hecho de ir a la universidad, en ese momento ya no lloraba por culpa de la
soledad, ni por el hecho de que nadie me quisiera, solo me preocupaba mi
futuro, quería cumplir mi sueño y ser una gran escritora. con el paso del
tiempo el aumento de la formula en el cristal de mis lentes era más frecuente,
cada vez veía menos, cada vez podía leer menos, ya casi no salía del orfanato y
al final termine perdiendo también el trabajo en las cocinas ya que no veía
casi.
Ya había terminado la
secundaria para ese tiempo pero ¿qué iba a hacer? No había podido postular para
ninguna universidad y quizás en ese estado ya no me aceptarían en ninguna, empecé
a deprimirme, me sentía doblegada, me derrumbaba ante eso, había logrado
superar muchas cosas y madurar con ellas, siempre había intentado ser positiva
pero en ese momento no le veía ningún lado bueno a lo que me estaba ocurriendo,
me estaba hundiendo en un pozo del cual no veía salida y me dolía, lloraba, me
frustraba y estaba todo el tiempo de mal humor y encerrada en mi habitación, el
perder la visión y con ella lo único bueno que conocía del mundo, lo único que
me conectaba con las dos únicas personas que eran importantes para mí, todo, lo
estaba perdiendo todo y eso me estaba haciendo perder la cordura.
Me sentía devastada,
odiaba la idea de tener que depender toda mi vida de alguien y más de las
monjas, aun cuando ellas me mantenían desde pequeña, yo siempre fui muy
independiente, debido a mi deficiencia de cariño siempre estuve muy alejada de
las personas y el hecho de al final terminar dependiendo de alguien, no me hacía
ninguna gracia. También el ser consciente de que no podría volver a escribir
nada dolía, no podría volver a crear mis mundos, mis personajes, mis historias,
como lo hacía Gabriel, ya tampoco los tendría a ellos que aunque me quisieran o
no estaban allí y eran míos, pero ya no habría más de eso.
Guarde mis cuadernos,
con todas mis historias en el contenedor bajo mi cama, intentaría olvidarlas,
si ya no podría continuar escribiendo no quería tampoco intentar cumplir mis
sueños solo con esas pocas historias pero tampoco me desharía de ellas, solo
las guardaría, allí se quedarían siempre, se que estaba siendo algo, bastante,
estúpida en ese tiempo, pero el solo tener 16 años y pasar por todo lo que
había y estaba pasando también me daban mis momentos de debilidad y ese era uno
de ellos.
“La mala suerte no
debe ser motivo para ser negativos, solo un impulso para ser positivo”
Recordé esa frase en
un sueño, una noche después de dormirme llorando, fue como si Gabriel me la
hubiera dicho personalmente pero de alguna extraña manera también sentía que
era mi ángel el que estaba hablando y entonces me di cuenta lo estúpida que
estaba siendo, en este mundo todo tenía algo bueno, solo no debía desfallecer
ante una dificultad, el ser ciega no era tan grave, conocía a muchos artistas,
pintores y genios famosos que habían sido ciegos y aun así eso no había sido
impedimento, solo debía ser más optimista, solo necesitaba ser más fuerte, esa
frase, había marcado mi vida en un tiempo y en ese momento significaba mucho
más.
Suspire con fuerza, decidida,
buscaría una solución a mi problema sin importar cuál fuera, quedaría ciega, sí,
eso era algo ya inevitable pero aun podía superarme sin importar que. En la
mañana al despertar estaba decidida, algo tenía que hacer, me escape del
orfanato, camine con dificultad por la calle hasta que pude llegar al hospital,
era el único lugar que conocía en el que quizás podía encontrar alguna
respuesta. No sabía que esperaba en realidad o siquiera que iba a preguntar pero
necesitaba respuestas, las preguntas vendrían después.
Mientras estaba en la
sala de espera, repasaba uno de mis pocos libros de Gabriel, era en donde
estaba la frase que volvió a motivarme a salir adelante, la que nunca debí
olvidar, no estaba leyendo realmente, ya no veía muy bien ni siquiera con los
lentes, solo repetía las líneas de memoria mientras pasaba las hojas, no sabía el
porqué sentía que mis respuesta estaba en el hospital pero no quería moverme de
allí.
De repente una mujer
que pasaba frente a mí se detuvo y me sonrió, se veía pálida aun a pesar de ser
morena, su cabello oscuro se veía opaco y sin vida, se veía realmente desvalida
y enferma, tenía ojeras y estaba muy delgada.
-
¿Qué
lees? – me pregunto, su voz era baja y algo cansada, aun así sonreía
cálidamente, sin fijar la vista del todo en mi.
-
“Deseos
de vida” de Gabriel Díaz. – respondí mostrándole la portada del libro, su
sonrisa se amplió aun más.
-
¿Podrías
leerme un poco? – pidió sentándose a mi lado. Iba a decirle que si quería le
prestaba el libro para que lo leyera ella pero entonces note un bastón en una
de sus manos y me di cuenta de que era ciega.
Suspire y empecé a
recitar las palabras aun a pesar de que me incomodaba hacerlo, ella solo
sonreía mientras me escuchaba, nos quedamos así un rato, no sabría decir cuánto
pero extrañamente después de unos minutos de leer me sentí calmada y me perdí
en la historia, pero aun así una interrogante rondaba mi cabeza solo que la
ignoraba mientras seguía sumergida en la historia, tuve que hacer una pausa
durante unos minutos para ir a tomar un poco de agua y estirar las piernas, ya
no quería hablar con ningún doctor y solo me quede para distraerme y pensar un
poco, volví al cabo de un rato y ella aun estaba allí así que me acerque y volví
a sentarme en mi antiguo lugar.
-
Volviste.
– comento sonriendo nuevamente y eso me extraño, no había hecho ningún ruido. -
¿te sientes mejor?
-
Mmm…
si. – murmure, mirándola aun extrañada, entonces supiere. - ¿Cómo supo que
había llegado? ¿Cómo supo que era yo? – no pude evitar preguntar aunque no
quería sonar descortés, su sonrisa se amplió aun más.
-
Por
tu olor… - susurro tranquila. – el olor de tu champo o de la colonia que usas
es diferente a la de las enfermeras. – explico con calma.
-
¿y
cómo supo que estaba leyendo cuando se acerco? – continúe preguntando, sentía
mucha curiosidad ¿Cómo podía saber eso si era ciega? ¿y cómo podía reconocer mi
olor si no usaba perfume y hacia ya casi 3 o quizás 4 horas desde que me había
bañado? El olor ya debía haberse evaporado.
-
Solo
caminaba cerca de ti y escuche el pasar de las hojas. – seguía explicando sin
molestarse ni alterarse por mi falta de educación.
-
¿Cómo
pudo escuchar la hoja al pasar? – no lo comprendía.
-
Es
algo difícil de explicar. – suspiro sin perder la sonrisa. – al ser ciega se
desarrollaron un poco más el resto de mis sentidos. – resumió con calma pero
pude notar un deje de tristeza en su voz.
-
Lamento
el incomodarla con tantas preguntas. – me disculpe avergonzada. – es solo que
yo… yo… - no lo podía decir, la voz se me quebraba antes de de pronunciar las
palabras, ella arrugo el seño comprendiendo lo que no pude decir.
-
¿Cómo
te llamas? – cambio de tema para romper la tensión y la incomodidad.
-
Dahnyx…
Dahnyx Hedlom. – dije un tanto incomoda. No me gustaba mi nombre en absoluto. –
pero prefiero que me digan Ahny.
-
Yo
soy Laura Smith. – sonrió. – es un placer.
Muy entretenido, me gusta como toma su tiempo para hacerte experimentar una emoción, no es solo leer por leer, eso me gustó mucho
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